Impresiones sinfónicas (Apuntes de distintos días rutinarios XI)

           Tras una tarde de conferencias sobre el diagnóstico histórico de patrimonios urbanos y estar a punto de dar la vuelta y perdérmelo, he asistido en el último momento (la música ya había empezado cuando entre en la sala) a este fantástico concierto desde la más alta tribuna del auditorio, lugar que no me corresponde por los siete euros pagados. Escribía allí encerrado durante el descanso para que no me obligasen a colocarme en mi sitio (todo se veía desde allí). Aunque no salí de fiesta, el dinero fue bien invertido. “Señoras y señores, el concierto va a continuar” (el oboe y su misión afinadora). Me encanta el sonido de la orquesta cuando afina lenta pero apresuradamente sus instrumentos. La primera parte del programa empezó con el estreno absoluto de Folías de España, una música asombrosa y mágica; continuó el concierto para flauta y orquesta en sol mayor de Mozart, que me relajó y me hizo desconectar, pensar y disfrutar grandemente con su perfecta armonía; y terminó con una obra para flauta que el famoso intérprete, de talla mundial, dedicó a los recientemente fallecidos Boulez y su maestro: Memorial para flauta, de Boulez. La sucesión vertiginosa de notas me maravillaba, al tiempo que los brillos metálicos de la flauta me obnubilaban.
Salió el director entre aplausos, y tras dar la mano al concertino empezó la última obra: Sinfonía nº1 en re mayor, “Titán”. ¿De dónde vienen las lejanas trompetas con su son triunfal? (estaban encerradas fuera del escenario, ¡qué ardid!) ¡Con qué placidez se posan los ligeros dedos de los chelos en su pizzicato. Las voces de arpa y clarinete saltan entre el agua de la orquesta como si de un tranquilo estanque se tratase. Con cuánto esplendor se pasa de la más armoniosa calma al más vital movimiento. Estaba yo recostado sobre el murete que servía de barandilla, escuchando sosegado la música en mi soledad privilegiada en las alturas, cuando me pervirtieron la intimidad con Mahler entrando en la tribuna una pareja y una señora. Qué enérgico empezó el segundo movimiento. ¿Cómo es posible que no conociera esta música maravillosa antes? Música elegante, en vals, purificadora. ¿Dónde quedaban las obligaciones y molestias? Todas estaban olvidadas fuera de la gran sala revestida de cálida madera donde la orquesta interpretaba su papel. Cuidadosos dedos raspaban las cuerdas para comprobar que su instrumento estaba bien afinado antes de comenzar de nuevo. ¿Por qué surgen las toses en los descansos y los solos instrumentales? No sé qué me hace más gracia: la gente que aplaude cuando no debe o los enfadados puristas chistando enérgicamente. El tercer movimiento empezó lento y cadencioso, in crescendo. ¿Quién ha muerto? Esto se combina con otra movida melodía de ritmo marcado, creando un sabor de mezcla gustoso, agridulce. El arpa le daba un sabor infantil, inocente al relato. Por último, comenzó rotundo y colérico el cuarto movimiento. Explotaban platillos, timbales y un enorme tambor, resonaban las trompetas, rabiaba la cuerda. El sentimental vibrato sobrecogió cada parte de mi cuerpo tras el fragor precedente, que volvía haciendo retumbar el suelo mientras el imparable frenesí se desataba. Inevitablemente, después de la tormenta viene la calma, y el cuco y demás sonidos forestales del primer movimiento reaparecieron. Terminó la sinfonía con un grandioso final y merecidos aplausos y vítores.

El final de este día rutinario y distinto a los demás no fue tan monumental, cayendo en brazos de Morfeo poco después de acostarme.

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