Inés

         Jamás olvidaré el acogedor desorden de esa casa. El largo pasillo con olor a comida, en que hay que esquivar el tenderete lleno de ropas de una numerosa familia, para llegar al salón, pasando por la avenida de la Segunda República. En éste, libros, discos, dibujos, objetos de todo tipo a punto de precipitarse sobre nosotros forman un insaciable agujero negro que todo lo engulle y todo lo pierde. El orden no está permitido en esa casa; el egoísmo, tampoco. Prácticamente desde el primer y trágico, aunque cómico (me reservo la anécdota) momento en que conocí a su familia, fui tratado como uno más.
         Qué decir de ese irreemplazable humor absurdo, a veces cruel, que practicamos desde que nos conocimos, en el grupo Farándula de teatro del instituto, en primero de secundaria. Siempre me ha encantado tu bondad sincera (aunque a veces bien que la disimulas...) y tu no hipocresía ni dobles intenciones. Y admiro tu fuerza y valor ante las adversidades (qué temperamento, cualquiera te dice nada)
        Cuántas horas no habré pasado en ese portal, esperando el trote de mi amiga precipitándose escaleras abajo o de tertulia,  con ese portero automático que no abre la puerta, contándonos nuestras vidas sentados en las escaleras mientras un anciano vecino gruñón nos echaba diciendo que el portal no es para estar de cháchara. Esas comidas con todos a la mesa chupando con fruición el pollo salido de la fuente familiar (hablando de comidas, ¡qué comilonas! y ¡qué bollería sales de las manos de esta mujer!) Esos paseos a ninguna parte por el parque de enfrente de nuestras casas, tardes enteras entre árboles y columpios, bañándonos en el río, pedaleando hasta lejanos lugares, en busca de aventuras. Esos paseos matutinos camino al instituto o de vuelta a casa (o esa tienda de animales donde siempre tenías que parar a ver los conejos y los periquitos). Las primeras y las últimas fiestas, mejores o peores; películas en el cine, en casa; tardes enteras poniendo al día nuestras cosas...
           Gratos son todos estos recuerdos, y otros tantos que no sé expresar en estas líneas; y ahora que llega el verano, paradójicamente nos veremos menos si cabe que durante el curso (se te echa de menos desde que abandoné nuestro instituto y la casa donde vivía). Pero la fuerza de nuestra amistad puede con esto y con más; simplemente, cuanto más tiempo tardemos en vernos, más cosas tendremos que contarnos en nuestro reencuentro.
          Algunas historias se pueden contar; otras, quedan para nosotros. Desde el final de la infancia hasta el inicio de la edad adulta (y lo que nos queda, que esto va para largo), pasando por esa adolescencia que tan vergonzosa parece a veces a nuestros ojos. Aunque los estudios nos impidan vernos tan asiduamente, ya lo sabes, siempre estaré al otro lado del teléfono cuando me necesites. Pero no dejes de traer bizcochos. Por algo eres la amiga más antigua que conservo. Por algo eres mi mejor amiga.

Aquí unas fotos con tutti i tipi di capelli.







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