El camino que lleva a Santiago

Ya otras veces caminé
largo tiempo; pero siempre tuve
la idea del regreso en mente.
Ahora sólo pienso
en el destino.
Santiago, el Obradoiro...
Grande como un mar,
pesada como una roca,
la mochila en mi espalda.
Quien algo quiere, algo
le cuesta.

Santiago a cuestas.

Pizarras, piedras,
largos viaductos, perspectivas largas
de más y más montañas.
Casas blancas que se alzan sobre
los árboles.
Pequeñas fuentes manan
vida y agua;
reluciente el líquido congela
cualquier garganta.
La tierra se cae en colinas de hojas sedosas.
Lejanas rocas rasgan el cielo.

Los detalles se pierden con el esfuerzo.
Las moscas brillan al sol.

Por muchas palabras que busque,
nada podrá expresar esta
emoción.

Aquí las apariencias no importan;
los prejuicios tampoco.

Ocre, verde, azul,
así se levanta mi mirada;
aunque se detiene en
el primero sobretodo:
es difícil alzar los ojos.
Los rayos solares penetran
los árboles, haciendo un
solisombra mágico.
Ascienden las hiedras, bajan
los arroyos que peinan
los montes.
Inesperadas aparecen pequeñas
joyas:
iglesias románicas, alargados
cruceros, pétreos cruces...
Dicen que un crucero es un
perdón del cielo, erigido para
perdonar los pecados...

Mañanas de neblina,
tardes abrasadoras.
Cuestas pedregosas
de pesadilla.
Pasan los kilómetros,
se difuminan
como un aliento en un cristal.
Los mojones y las flechas nos
guían como particulares
estrellas fugaces (o polares).

Las etapas son largas, durísimas. No sabes lo que es un kilómetro hasta que lo andas con una pesada mochila a la espalda. A cada paso duelen más los pies, se encallan y endurecen, se hinchan y enrojecen. Muchas veces lo sobrellevamos cantando, parando en pequeños arroyos... Otras veces nuestras voces languidecen y sólo quedan el ruido de nuestros pasos, los bastones clavados en el suelo y nuestras respiraciones cansadas. Varias veces sentí no poder más, me sentía desfallecer, me hundía sobre el bastón; pero seguí adelante, sacando las fuerzas de no sé dónde. La mejor etapa, sin duda, la última. Adrenalina, ritmo diabólico, sin dolor, mirando al frente y con la cabeza fija en llegar. Fuerte, seguro, confiado.



Al fin, llegamos. Llegamos
a Santiago y llegamos al
Obradoiro. Ya está,
lo hemos conseguido.











 






























































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