Tesoro escondido

            Una mañana de domingo, después de salir y jugar al fútbol con sus amigos hasta el agotamiento el día anterior, Luisito se levantó tarde y bajó a desayunar. Desde las escaleras le llegaron las voces de sus padres.
-         - Que no, y si digo que no es que no. No pienso llevar al niño a esa cárcel.
-         - ¿Pero te quieres callar, mujer? Que a este paso se va a enterar todo Torrelobatón.
-         - ¿Te crees que me importa a mí lo que piensen en este puto pueblo? Estoy harta, harta me tienes.
-         - No grites, que hay vecinos.
-         - ¡A la mierda tú y los vecinos!
-         - ¡Que te calles te he dicho, imbécil!
-         - ¿Imbécil? ¿Tú me llamas imbécil? ¿Te has mirado en el espejo, guapo?
Luisito pasó por el salón, donde la pareja discutía, para llegar a la cocina. A su paso, los gritos pararon un momento. Luego, Papá se fue violentamente a trabajar, dando un portazo, y Mamá se arrastró donde su hijo esperaba para prepararle el desayuno.
-         - ¿Por qué discutís, mamá?
-         - Tu padre, que es estúpido.
-         - ¿Papá es estúpido? ¿Qué ha hecho?
Mamá se quedó mirando al infinito, de espaldas a Luis pues no quería que la viera llorar. Luisito, sin embargo, no probaba bocado y no dejaba de observar cada movimiento de Mamá.
-         - ¿Qué ha hecho Papá?
Consciente al fin de que debía responder a su hijo, se enjugó las lágrimas y se encaró con su inocente mirada.
-         - Verás, Luis… Ya sabes que Papá trabaja todo el día y no vuelve hasta la hora de cenar. Ahora yo también tengo un pequeño trabajo por las mañanas y… termino más tarde que tú las clases. Así que… tu padre quiere llevarte al comedor del colegio.- se detuvo un momento esperando una reacción - ¿Qué te parece?
Luisito se quedó un momento pensativo y al fin preguntó:
-         - Entonces ¿no comeremos juntos, mamá?
-         - No, hijo…
-       - Bueno…- una fugaz idea resplandeció en las claras pupilas de Luis, que dijo- entonces ¡puedo comer con Pedrito y Gabriel!
-         - Sí, claro que sí, Luis.
-         - ¡Genial!
-    - ¿Seguro que quieres? – Mamá parecía sorprendida de algo tan sencillo como conversar con su hijo, que la escuchaba y daba su opinión sincera.
-         - Sí, seguro.

Ya era de noche cuando Papá volvió a casa. Al abrir la puerta, esta vez con más cuidado que la última vez que la cerró, llegó a su nariz el deseable olor de la cena cocinándose. En cuanto lo oyó llegar, Luisito corrió a darle un beso.
-         - Papá, mañana voy al comedor del colegio con Pedrito y Gabriel.
-         - ¿Ah, sí?
-         - Sí, me lo ha dicho mamá.
-         - ¿Y tú quieres ir?
-     - Sí. Siempre los veo irse en el autocar y quiero ir con ellos.
-      - ¡Éste es mi chico! – Papá alzó a Luisito por los aires, agarrándolo de las axilas y haciéndolo subir y bajar, llenándole la cara de besos.
Las palabras de su hijo lo dejaron meditabundo. Después se quitó el abrigo, dejó las llaves y la cartera y se acercó tímidamente a la cocina.
-   - Hola, cariño…- Mamá se dio la vuelta y esperó.- Verás, he estado pensando y… siento haberme puesto como me puse. No debimos discutir.
Sin más palabras, Mamá se acercó a Papá y se unieron en un solo abrazo. Ese día su hijo les había enseñado que escuchar al otro, valorarlo y comprender sus razones era un tesoro que valía más que todo el oro del mundo.

Tierras segovianas

Toda gran celebración merece un gran viaje. Aunque no ha sido como esperábamos, éste ha sido un viaje maravilloso. Hemos visitado de carretera en carretera Segovia y Turégano. Pero primero dibujé un mapa de los pueblos de interés segovianos, sus carreteras y distancias, y allí que nos fuimos a celebrar la fiesta de la hispanidad.

Montañas negras

bajo blancas nubes;

amarillos campos...

reposo,
murmullo de fuente y besos,
hojas caídas;
el campo
frente al parque.
Cualquier arco,
cualquier escudo,
cualquier tapia de piedra y hiedra
rezuma historia.
Una ciudad intrincada,
donde cualquier recoveco,
apartado,
escondrijo,
huele a leyenda,
aventura,
amor.
Callejeamos por aljamas,
nos adentramos en
oscuras iglesias románicas
y luminosas catedrales góticas;
ascendimos hasta inexpugnables
fortalezas,
dominando los kilómetros...
Y cuando menos lo
esperábamos,
cuando menos lo
deseábamos,
nos sorprendió el ocaso.

Segovia,
(Pedraza, Riaza, Sepúlveda, Cuéllar, Coca, Riofrío, Fuentidueña, Ayllón...)
ten por seguro que
volveremos.

Qué bien lo he pasado planeando este viaje, esperándolo, viviéndolo. Sobre todo viviéndolo, porque lo hice contigo.
Juntos
podemos llegar al fin
del mundo.